Tirada en la cama, llorando un mar de lágrimas, repasando cada segundo y minuto de la relación, viendo detenidamente en qué había fallado, por qué lo había perdido a él. Y ahí fue cuando me di cuenta. No lloraba sólo por haberlo perdido a él, también lloraba por haberme perdido a mí misma. La única persona que iba a estar siempre, pase lo que pase. Yo.
En ese momento me levanté de la cama, me miré al espejo y me vi desarreglada, con los ojos y la boca hinchados, los labios paspados, el rimmel corrido y el pelo que parecía no haber visto un cepillo nunca en su vida.
“¿Qué había pasado conmigo misma? ¿Dónde me había dejado? ¿Cuándo me había olvidado? ¿Quién era?”, todo eso me pregunté enfrente al espejo. Lo más loco es que no encontré ni una respuesta. No me encontraba a mí misma… Y eso era lo peor de todo lo que había pasado.
Miré alrededor del cuarto y estaba todo tirado, todo desordenado, lleno de recuerdos de él por donde sea. No podía seguir ahí.
Volví la mirada hacía el espejo, quien todavía me devolvía una imagen frustrada. Fui al baño, me lavé la cara, me peiné y empecé a ver un hilo de luz, alguien se asomaba. Ahí, en ése mismo instante fue cuando lo decidí. No podía seguir llorando y dejando que la vida pasara mientras él vaya a saber una que hacía. Por ahí mi mente piensa mal y estaba triste también, pero yo no lo iba a estar o por lo menos no iba a demostrar que lo estaba.
Me puse a pensar quién era, quién quería ser y a dónde quería llegar, qué tan altos eran mis sueños. No tenían límite. Él no me iba a parar.
Me cambié. Me puse el top más lindo que tenía, unos jeans que me quedaban a la medida, soñados, combinando con unos tacos que hacían grietas en el piso mientras yo caminaba. Me maquillé, planché el pelo, pinté mis uñas. Ordené y cambié todo de lugar. Guardé todo recuerdo de él, no porque sea resentida sino porque tenía que seguir adelante y eso no me lo iba a permitir.
Después de tanto tiempo me vestí para mí, no para nadie. Para mí. Para mirarme y pensar: “Qué linda estoy”. No para que él ni nadie me lo diga. No porque habíamos tenido una pelea y quería que me vea más linda que nunca. Sino para sentirme segura. Para renacer.
Llené mi agenda de planes, de proyectos, de ilusiones que no necesitaba a nadie más que a mí y a mis amigas, quienes siempre iban y habían estado al lado, acompañando la caída. Ahora ellas me acompañaban mientras me levantaba, mientras renacía.
En ese momento me levanté de la cama, me miré al espejo y me vi desarreglada, con los ojos y la boca hinchados, los labios paspados, el rimmel corrido y el pelo que parecía no haber visto un cepillo nunca en su vida.
“¿Qué había pasado conmigo misma? ¿Dónde me había dejado? ¿Cuándo me había olvidado? ¿Quién era?”, todo eso me pregunté enfrente al espejo. Lo más loco es que no encontré ni una respuesta. No me encontraba a mí misma… Y eso era lo peor de todo lo que había pasado.
Miré alrededor del cuarto y estaba todo tirado, todo desordenado, lleno de recuerdos de él por donde sea. No podía seguir ahí.
Volví la mirada hacía el espejo, quien todavía me devolvía una imagen frustrada. Fui al baño, me lavé la cara, me peiné y empecé a ver un hilo de luz, alguien se asomaba. Ahí, en ése mismo instante fue cuando lo decidí. No podía seguir llorando y dejando que la vida pasara mientras él vaya a saber una que hacía. Por ahí mi mente piensa mal y estaba triste también, pero yo no lo iba a estar o por lo menos no iba a demostrar que lo estaba.
Me puse a pensar quién era, quién quería ser y a dónde quería llegar, qué tan altos eran mis sueños. No tenían límite. Él no me iba a parar.
Me cambié. Me puse el top más lindo que tenía, unos jeans que me quedaban a la medida, soñados, combinando con unos tacos que hacían grietas en el piso mientras yo caminaba. Me maquillé, planché el pelo, pinté mis uñas. Ordené y cambié todo de lugar. Guardé todo recuerdo de él, no porque sea resentida sino porque tenía que seguir adelante y eso no me lo iba a permitir.
Después de tanto tiempo me vestí para mí, no para nadie. Para mí. Para mirarme y pensar: “Qué linda estoy”. No para que él ni nadie me lo diga. No porque habíamos tenido una pelea y quería que me vea más linda que nunca. Sino para sentirme segura. Para renacer.
Llené mi agenda de planes, de proyectos, de ilusiones que no necesitaba a nadie más que a mí y a mis amigas, quienes siempre iban y habían estado al lado, acompañando la caída. Ahora ellas me acompañaban mientras me levantaba, mientras renacía.